martes, 16 de marzo de 2010

A media luz


Y empezó todo a media luz. Tú temblabas de los pies a la cabeza mientras yo, con una aparente calma tenía escalofríos, nervios, fiebre y sensación de descontrol de sentimientos. Todo a flor de piel. Todo en el asador. Todo fuera de lugar en un sitio que ni siquiera sé si fue el indicado.
Medio a oscuras, con una luz tenue en la que podía adivinar tu silueta (más que visualizarla propiamente), la yema de mis dedos comenzó a perderse entre las sombras pintando la comisura de tus labios, acariciándolos suavemente, provocando la fuerte aceleración de nuestras almas. Cada beso, un sabor nuevo; cada mirada, un color nuevo. Y así comencé a pintar un cuadro lleno de colores vivos, expresivos sin palabras , que describían con total exactitud lo indescriptible con palabras (que no con gestos).
Casi sin luz, sin vista, sin conocimiento del tiempo, del bien, del mal, sin escuchar lo que oía, pero comprendiendo perfectamente lo que podía leer en tus ojos sedientos de una disciplina espartana que te instruyera en el “ars amandi”. Y yo deseando de dejarme llevar para comenzar a escribir un diálogo de dos cuerpos desconocidos entre las sombras de una fantasía de sólo una noche (o quizá más).
Eres pura literatura. Metáfora de la perfección imperfecta. Alegoría del amor (y del desamor) cuando te insinúas con una rosa en la mano y el corazón invisible en la otra. Dubitatio de mis adentros porque no hay nadie más incapaz que yo para expresar lo que siento aunque, venciendo todos los demonios del miedo y la timidez, lo hago inconscientemente con mi lenguaje corporal, poseída por la inspiración divina y por la fogosidad que me arrebata el alma cuando te miro. Hipérbaton que desordena el orden sintáctico de mi cuerpo. Hipérbole del sentimiento más extenso y antiguo del mundo. Infumable porque ahogas. ¡Pero que gusto da pegarte una calada breve e intensa de vez en cuando!


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