Te volví a encontrar dormida pero ésta vez debía ser yo la que estaba soñando. Comencé besando tus pies, continué por tus piernas, peregriné sobre tu contorno, fui poco a poco transitando y callejeando por tu cuerpo hasta llegar a tu cuello. Te mueves ligeramente, entreabres los ojos pero no te despiertas. Sonríes levemente, te vuelves a recostar. Te giras. Me abrazo a ti encajando nuestros cuerpos a través de tu espalda. Suspiro, suspiras. Beso tus mejillas, tus ojos, tu frente, tus labios...
Despiertas. Abres los ojos. Te miro, me miras y sigo pensando que sigo yo la que debe estar soñando despierta en una de mis noches de insomnio, de mis múltiples noches en vela. He despertado un ángel, no es un ángel quién me ha despertado a mí. Observo arbumada y perpleja ésa belleza seráfica, cándida, inmaculada, inocente, pura, tierna y no salgo de mi asombro.
¡Y es que no me lo creo!. Piel tersa, de porcelana, dulce, de caramelo, ojos verdes, pelo castaño, labios carnosos...Se unen nuestras siluetas. Nos fundimos en una. Mil sentimientos me inundan. Estoy desbordada. No tengo palabras suficientes que, mezcladas con besos, caricias, miradas y ese halo místico que nos envuelve para llevarnos al éxtasis, sean capaz de describir una mínima parte de lo que ocurre en mi interior y en nuestro exterior. Te quiero con los ojos, nos amamos con las miradas. Camino por cada rincón de tu cuerpo sin mediar palabra. Te sigo amando. Te lo digo sin decirlo. Lo sabes, lo sé. Te lo confirmo. Con cada partícula que respiro, te quiero; con cada gesto, te quiero; con cada pequeño aliento entrecortado, te quiero; con cada suspiro, te quiero; con cada movimiento voluntario (e involuntario), te quiero; con cada beso, te quiero...